domingo, 25 de enero de 2015

VARIOS

Hasta aquí hemos llegado.


Escribo esta entrada para darles las gracias por sus amables visitas y para decirles que, al menos de momento, no volveré a publicar en este blog.

Una pequeña explicación.
Dos semanas amodorrado por una gripe que el personal sanitario está a punto de eliminar.
Hace casi el mismo tiempo que la pantalla del ordenador se “fue a negro”; los técnicos informáticos no han sido aún capaces de ponerle de nuevo en funcionamiento (muy probable pérdida de cientos de fotografías y documentos y de los programas utilizados para su manipulación).

Un cierto desánimo.


Agradecimiento. (Viernes, 6 de Noviembre de 2015).

Tras varias intervenciones quirúrgicas –dos al ordenador y una al escribiente- y pérdida de centenares de fotografías y de algunos programas, en pocos días retomaremos el blog.
Ni “Apple” parece ser tan bueno como nos hace creer la publicidad –cambio del chip de vídeo y, medio mes después, del disco duro- ni la calidad física del escribidor tan consistente como parecía.

Muchas gracias a todos aquellos que os habéis interesado por la continuidad de estas “fotografías comentadas” y de su autor; a todos mi gratitud por vuestras palabras de ánimo.

jueves, 15 de enero de 2015

ESCULTURA FUNERARIA (VIII)

Sepulcro de don Diego de Anaya (Catedral vieja de Salamanca).
II. Protectores; los leones.


El sepulcro del obispo don Diego de Anaya testimonia su deseo de trascender al olvido y su anhelo de inmortalidad en una sociedad donde ocupó un lugar destacado, pero el arca sepulcral manifiesta en primer lugar la fe del difunto; así, en uno de los laterales del monumento (el correspondiente al lado del Evangelio de la capilla) figuran bajo arquillos polilobulados los Apóstoles -cada uno de ellos simbolizaba un artículo del Credo- acompañando a Jesucristo que porta cruz procesional y libro. El mármol afirma que el muerto ha seguido el Evangelio y lo que representaban los Apóstoles y el grabar sobre la piedra una iconografía permanente de la "oratio funebris" no era sino una forma de proteger al difunto ante el sobrecogedor Juicio Final y un intento de asegurar su Salvación.
La invención del Purgatorio -un lugar intermedio entre el paraíso y el infierno-, en el último tercio del siglo XIII, significó la "gran remodelación geográfica del más allá" (J. Le Goff); suponía un aumento de posibilidades para conseguir la Salvación, al existir un período de tiempo entre la fecha de la muerte y el día del Juicio Final en el que las almas podían beneficiarse de las oraciones, de las limosnas y de las buenas obras de los vivos para obtener los méritos que les hubieran faltado para entrar en el paraíso: "... den à quatro, o cinco Capellanes, ...,diez mil maravedis, pa que recen por nos las Horas, ..., quatro años entera, y continuamente" [Testamento de don Diego de Anaya]. El Purgatorio tuvo también gran importancia en la evolución de la iconografía funeraria de los sepulcros.
La representación de los Apóstoles se justifica por la posición importante que desempeñaron en la salvación: "Rueguen por él todos los Santos Apóstoles a quien el Señor dio el poder de atar y desatar". Su disposición en el sepulcro recuerda a los frontales de altar de tradición románica, ocupando San Pedro y San Pablo -toma el lugar que dejó vacante Judas Iscariote-, los lugares preferentes junto a Cristo. La caracterización física e iconográfica es muy precisa pudiéndose identificar fácilmente a los distintos Apóstoles.
Para Francesca Español el Apostolado presidido por Cristo "constituyen en esencia la Jerusalén Celeste y es en el interior de la "ciudad" que se evoca donde reposa el cadáver" lo que "además conlleva a hacer partícipe al difunto albergado en él, de la idea de la redención". Yarza considera novedosa la representación de la tumba de don Diego dado que al figurar Cristo sujetando una cruz nos situaría en el ámbito preciso del valor de la redención a través de la Pasión aludida en la Cruz. Lucía Lahoz apunta que "la presencia del apostolado ha de tener otros significados" pues aparece con frecuencia en "los sepulcros episcopales aviñoneses para legitimar la tarea apostólica cuestionada por el Cisma, ...". No obstante el tema de Cristo rodeado por los apóstoles era un tema frecuente, ya desde el siglo XIII, en los sepulcros como lo atestiguan algunos de los conservados del monasterio de Palazuelos en el Museo Diocesano de Valladolid.
A la derecha de Cristo en el arca sepulcral figuran San Pedro, con las llaves y el libro, y San Juan con una palma -aludiría a la que llevó el apóstol el día de los funerales de la Virgen-, y el libro; san Pedro conserva en el manto restos de policromía roja y san Juan azul.
Santiago el Mayor presenta la iconografía habitual de peregrino: sombrero decorado con la concha de vieira y bastón; lleva también un libro en la mano, y el manto aún mantiene pequeñas trazas de color rojo.
San Bartolomé sujeta con su mano derecha un gran cuchillo; su pelo rizado recuerda a la figura que aparece junto al yacente. Un apóstol con una cartela entre sus manos podría representar a san Felipe. San Andrés se identifica por la cruz aspada que sostiene. La conmoción que provocó el Cisma de Occidente animó a Diego de Anaya a recorrer Europa tratando de colaborar en su resolución convirtiéndole en un hombre internacional. Cuenta la tradición que a la vuelta de uno de esos viajes trajo consigo al escultor que realizaría su sepulcro -que fue construído antes de morir don Diego lo señala su testamento: "E mandamos, que quando finamiento de nos acaeciere, que el nuestro cuerpo sea sepultado en la Capilla de San Bartolomè, ..., en la sepultura, que nos ende tenemos" -, y a quien Gómez Moreno denominaría como "maestro de los Anaya"; para el historiador el artista sería de "raza germánica", para Camón Aznar "pertenece a una escuela cuyo centro podemos colocarlo en la misma Suiza", Agustín Duran y Juan Ainaud pensaban era "probablemente hispano", mientras que Joaquín Yarza escribe: "Si su forma de hacer extremadamente expresiva llevó a algún especialista a calificarlo de germánico, es mejor relacionarlo con círculos más próximos a zonas como Avignon ...".
A la izquierda de Cristo figura san Pablo, con la espada y el libro, seguido por santo Tomás, con el cinturón que le entregó la Virgen y el libro, y un apóstol con filacteria y maza que podría ser Santiago el menor. Gómez Moreno los describe así: "... y los Apóstoles muy tristes y ensimismados, con anchas barbas y ojos oblicuos, que dan una expresión particular a todas las figuras". Santiago el Menor (o su hermano Judas Tadeo) presenta cabello y barba dorados, lo que ayuda en su identificación pues se le suele describir como de pelo rubio. El sepulcro de alabastro debió estar completamente policromado con predominio de los colores rojo y azul, sobre todo en los fondos y vueltas de las ropas, y toques de oro en el pelo.
Los tres últimos apóstoles son los que presentan quizás más dificultades de identificación. Suponiendo que fue Judas Iscariote el Apóstol sustituido por san Pablo en la representación del sepulcro, estos tres últimos serían Judas Tadeo, Simón y Mateo; es probable que las cartelas llevasen algún texto, ahora perdido, que ayudase a su filiación.
Durán y Ainaud describen así el estilo del artista que realizó el sepulcro: "... si de un lado parece filiable en el gótico borgoñón, gracias al porte de sus figuraciones, al interés por la indumentaria y la caracterización personal, a los ritmos ondulantes de los relieves y a lo amplio del concepto, por otro lado no cabe negar su propensión arcaizante, la rigidez idealizada de sus esculturas, ...", y para Joaquín Yarza "... se trata de un escultor con conocimientos internacionales, espléndido en ciertos momentos, con limitaciones. Sus figuras normales son muy cortas de talla, las manos están realizadas muy sumariamente, salvo las del obispo, ... Su expresividad alcanza en momentos cotas altas, ...". Llama la atención la cadencia que crea el "maestro de los Anaya" al intercalar figuras con el manto situado sobre el hombro derecho con las que se lo colocan sobre el izquierdo, sin sucesión rigurosa, así como lo relativo a las barbas puntiagudas y romas -amplias y con surcos paralelos-, o el cabello corto y largo; son característicos también del escultor los entrecejos muy acentuados con que dota a sus esculturas masculinas para proporcionar severidad a sus facciones, los cuerpos macizos con reposadas actitudes y los anchos pliegues ondulantes de los mantos.
En el lateral de la urna del sepulcro correspondiente al lado de la Epístola de la capilla, lado derecho del yacente, figura la Virgen con el Niño bendiciendo junto a un grupo de santas con curiosos tocados y un personaje anónimo. Como señala Julia Ara para la Virgen con el Niño del claustro de la catedral de Palencia la composición de su cuerpo "se rige por una marcada línea en "S" que los franceses denominan "dehanchement", producida por el movimiento de la cadera, para sostener el peso del Niño".
La Virgen responde a un tipo iconográfico que surgió en los talleres parisinos durante el segundo cuarto del siglo XIV, alcanzó gran difusión con ligeros cambios a lo largo del resto del siglo y en Castilla se mantuvo hasta principios del XV. Su presencia en el sepulcro probablemente se debiera a que don Diego de Anaya la consideraba como su intercesora y pensaba en ella como su ayuda en la muerte: "E haviendo firme, y verdadera esperanza en la Bienaventurada Señora Santa María, la qual nos tenemos por Señora, y por Abogada en todos nuestros fechos, con toda la Corte Celestial"; el testamento del obispo nos permite no sólo conocer como repartió su patrimonio y organizó sus exequias sino también intuir como vivió su paso al más allá, llevándole su temor al infierno -"E temiendo las penas del infierno después de la muerte corporal, ..."-, a invocar a toda una cohorte celestial..
Joaquín Yarza al considerar la composición existente bajo las arquerías señala: "... a la derecha de María se encuentra una figura diferente. ..., lleva un gorro muy característico, tal vez de hombre de leyes, no clérigo reconocible, pero tampoco mujer. Con las manos juntas se dirige a la virgen. A mi juicio se trata del obispo Diego de Anaya"; de acuerdo con su interpretación podría "estar ante la mediadora ... ya en la Gloria"..
En el sepulcro del arzobispo se distingue fácilmente a algunas santas conocidas; así, al lado derecho de la Virgen está santa Úrsula con la flecha de su martirio, santa Catalina de Alejandría con la rueda, santa Lucía con el plato donde figuran sus ojos y santa Clara mostrando el libro abierto e identificable por el cordón franciscano de su hábito.
Finalmente, santa Bárbara con la torre donde permaneció cautiva y una santa mártir con palma y libro que Marta Cendón identifica como Catalina de Siena, santa que intervino ante Gregorio XI -que vivía en Avignon-, para que retornase a Roma y que en cierto modo la asemeja al obispo Anaya en su labor ante el Concilio de Constanza para terminar con el Cisma.
Las santas se muestran cubiertas por un manto que cae por el pecho formando anchos pliegues, curvilíneos y paralelos; sus picos caen en dobleces que se arquean con formas de eses o de espirales sin abultamientos. El brazo derecho, pegado al cuerpo, casi recto, sostiene un atributo iconográfico, y el izquierdo, doblado, sujeta el manto; sus rostros presentan una sonrisa uniforme. Al lado izquierdo de la Virgen, junto al posible obispo Anaya figuran santa Eufemia con la rueda de su martirio, santa Águeda con sus pechos sobre un plato, y probablemente santa Margarita.
A las dos últimas santas de este lado Marta Cendón las identifica como santa Justa y santa Rufina, dos hermanas sevillanas que fueron martirizadas por no adorar a los ídolos en las fiestas de Venus, y patronas en la última diócesis ocupada por don Diego Anaya. Todas las santas representadas se considera fueron vírgenes; Yarza señala la contraposición entre los apóstoles, presididos por Cristo y las santas presididas por la Virgen
En uno de los laterales menores de la urna sepulcral, el correspondiente a la zona de la cabeza de don Diego se ha representado el Calvario -"con muy abigarradas figuras de gran patetismo" escribía Camón Aznar-, habitual en los contextos funerarios por su significación. Bajo un arco polilobulado Cristo en la Cruz -cubierto por un paño de pureza corto, anudado en el lado derecho-, vuelve los ojos al cielo; Dimas, el buen ladrón, mira hacia Jesús, mientras Gestas, el mal ladrón, tuerza su cabeza a modo de rechazo. A ambos lados de la cartela del INRI figuran personificados el sol y la luna -para Louis Reau los dos Testamentos (la luna el Antiguo, el sol el Nuevo), para Émile Mâle la doble naturaleza de Cristo-, y de pie junto a la cruz Longinos con la lanza para comprobar la muerte de Cristo y Estefatón con un cáliz en el extremo de un palo para recoger su sangre.
En primer término se halla la Virgen -único personaje nimbado de la escena-, desplomándose, ayudada por una de las "santas mujeres", mientras la otra se lleva sus manos a la cara en gesto de dolor; a la izquierda de la escena san Juan reza arrodillado. Dos personajes situados a ambos flancos tras un pequeño muro quizás representen al pueblo llano [Lucas 23,35: "estaba el pueblo mirando"].
En cada lado mayor del basamento prismático figuran cinco leones apresando o comiéndose a hombres vestidos con túnica y capucha, -salvo uno que aparece desnudo-, que se retuercen con acusados gestos de dolor, o que sujetan a un dragón, a una cabeza de animal o a una humana. Si bien en algunos casos la presencia de leones en los sepulcros funerarios tienen tan sólo carácter ornamental en muchos otros, tanto en la Antigüedad como en el arte Gótico, poseían un sentido simbólico que ahora nos cuesta descifrar; probablemente no detentaban un único significado sino que diversos significados se superponían resaltándose uno u otro según las circunstancias. En general, al menos en el arte griego y romano, hacían alusión al destino del alma, a su vida futura y a su paso al más allá.
Como subrayó Waldemar Deonna, desde la Antigüedad el león "tuvo un sentido funerario e infernal, evocador de la Muerte, que devora como ella a los hombres, que como él inspira terror y aprensión sobre el más allá". Algunos de los que figuran en los sepulcros góticos probablemente representaban la puerta a través de la cual las almas de los difuntos entraban en el Más Allá, pues la noción de la muerte que se alimenta de humanos es universal y muy anterior al cristianismo. Además el descanso y la muerte eterna en las fauces de las bestias infernales formaban parte de la liturgia funeraria : "Libera me, Domine, de ore leonis" [Salmo 22].
Señala García Cardiel que "fue con el Helenismo cuando se extendió por el Mediterráneo la idea del león como representación de la muerte, concepto que además vino acompañado de la aparición en las tumbas de felinos sujetando a sus víctimas entre sus garras. A medida que se extiende el influjo romano por la Península Ibérica este tipo de esculturas proliferan en las necrópolis, haciéndose especialmente frecuentes los leones que sujetan una cabeza humana". En estos casos el león simbolizaba la inflexibilidad de la muerte, la intrascendencia de la lucha contra el destino.
Ya en el siglo VII a. C. las representaciones de leones se manifestaban en la Península Ibérica; y al igual que en todo el Mediterráneo el león era símbolo de valor y de poder. Con el paso del tiempo los leones sedentes de los sepulcros siguieron representando con su presencia el poder de la jerarquía [rey, obispo, noble] y por eso solían acompañar los blasones del difunto. La lucha con el dragón podría representar la defensa ante las fuerzas infernales que encarnaba aquel, de esta forma el león no sólo realzaba la supremacía del difunto sino que resaltaba sus aptitudes; escribe García Cardiel: "... los leones expresaban conceptos abstractos como fuerza, fecundidad, valor ... virtudes todas ellas que debían acompañar al gobernante, sin hacer referencia a un individuo concreto".
Otra de las funciones de los leones en los monumentos funerarios era la de actuar como protector del difunto y de su sepulcro, y así para realzar su ferocidad se les realzaban las mandíbulas o las garras tratando de provocar el miedo en el espectador. No debe olvidarse el temor que existió a la profanación de las tumbas, pues se creía que aquel cuya tumba era profanada tenía menos posibilidades de resucitar.
En la Edad Media el Juicio Final estaba presente en la mente de los cristianos, y se pensaba que los animales andrófagos devolverían a los muertos que habían devorado. A la llamada de los ángeles que hacen sonar la trompeta -dice el "Dies irae": "Tuba mirum spargens sonum... ["La trompeta, esparciendo un sonido admirable/ por los sepulcros de todos los reinos/ reunirá a todos ante el trono./ La muerte y la Naturaleza se asombrarán,/ cuando resucite la criatura/para que responda ante su juez/ ..."]-, los sarcófago, devolverán su contenido: todos los andrófagos de la Muerte restituirán a los humanos que devoraron.

BIBLIOGRAFÍA.
-Clementina Julia Ara Gil, "Escultura de la Virgen con el Niño", ficha nº. 71, cat. "El Arte en la Iglesia de Castilla y León. Las Edades del Hombre", Valladolid 1988.
-José Camón Aznar, "El escultor del arzobispo Anaya", Zaragoza 1940.
-Marta Cendón Fernández, "Aspectos iconográficos del sepulcro del arzobispo Diego de Anaya", BMICA, Zaragoza 2003.
-Waldemar Deonna, "Salva me de ore leonis", Bruxelles 1950.
-Waldemar Deonna, "Sauriens et batraciens", en "Revue des Études Grecques", Paris 1919.
-Agustín Durán Sanpere y Juan Ainaud de Lasarte, "Escultura Gótica", en t.VIII "Ars Hispaniae", Madrid 1956.
-Jorge García Cardiel, "Tránsito, muerte, poder y protección. Leones en el imaginario ibérico", Madrid 2012.
-Manuel Gómez Moreno "Catálogo Monumental de España. Salamanca", Madrid 1901-1903.
-Lucía Lahoz, "Capilla de Anaya" y "Sepulcro del fundador" , fichas 28, 29 y 30 en "El Arte gótico en Salamanca", Salamanca.
-Jacques Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval", Barcelona 2008.
-Émile Mâle, "L'art religieux de la fin du Moyen Age en France. Etude sur l'iconographie du Moyen Age et sur ses sources d'inspiration", Paris 1922.
-José Rojas y Contreras, ""Historia del Colegio Viejo de San Bartolomé",  Madrid 1768.
-Francisco Ruiz de Vergara, "Vida del Illustrissimo señor Don Diego de Anaya Maldonado. Arzobispo de Sevilla. Fundador del Colegio Viejo de S. Bartolome. y noticia de sus varones excelentes", Madrid 1661.
-Joaquín Yarza Luaces, " La capilla funeraria hispana en torno a 1400", en "La idea y el sentimiento de la muerte en la Historia y en el Arte de la Edad Media", Santiago de Compostela 1988.
NOTAS.
-El cisma de Occidente estalló en Aviñón el día 20 de septiembre de 1378 al ser elegido como Papa Clemente VII frente al Papa Urbano VI, que había sido elegido en Roma el día 8 de abril anterior. A Clemente VI le sucedió en las pretensiones al trono papal el cardenal Pedro Martínez de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII, elegido el 28 de septiembre de 1394. En 1417 se reunió el Cónclave -al que asistió don Diego de Anaya-, siendo nombrado Martin V como Pontífice.
-Camille Jullian en el tomo II de su  “Histoire de La Gaule” señala que varias poblaciones antiguas y modernas hacían devorar realmente a sus muertos por los animales sagrados; así, los Galates usaban a los buitres para que realizasen este papel.


domingo, 4 de enero de 2015

ESCULTURA FUNERARIA (VIII)

Sepulcro de don Diego de Anaya (Catedral vieja de Salamanca).
I. Yacente; su blasón.


"Pero el Ioben Don Diego engolfado en los estudios, no tuvo cuidado con sus costumbres, como con las ciencias, y el mal exemplo de algunos condiscipulos, le desvió de aquel camino, por donde avia de llegar mas brevemente à la cumbre de la virtud, ... ENAMORÒSE de Doña Maria de Orozco, hija de Iñigo Lopez de Orozco; ... Era Doña Maria muy hermosa, calidad que suele hazer escusables tales yerros. Solicitòla D. Diego con aquellas artes de que usa el poderio del amor: convinieronse las dos voluntades en encender un fuego que no se apagò sin escandolo, por ser la honestidad un cristal lucidisimo, que se empaña aun solo con la vista, y se rompe con la mormuracion. Tuvieron por hijo à Iuan Gomez de Anaya, Colegial que fue junto con Diego Gomez su hermano, en el Colegio que fundò despues su padre, ..". [Francisco Ruiz de Vergara, año de 1661, "Vida del Ilustrísimo señor Diego de Anaya y Maldonado, Arzobispo de Sevilla, fundador del Colegio Viejo de san Bartolomé ..." ].
Don Diego de Anaya y Maldonado -el "arzobispo Anaya"-, fue un hombre de Iglesia con amplia trayectoria política y religiosa en su época. En 1422 compró al cabildo de la Catedral de Salamanca una capilla existente en el claustro a fin de destinarla a panteón familiar: "... la capilla nueva que es en dicha claustra, para su sepultura e de los que él quisiese en su vida e de los de su linaje ..." [A.C.S. caja 47,leg.7, nº. 10]; eran unos tiempos en los que poseer una capilla funeraria suponía un signo de poder y de capacidad económica, al tiempo que de devoción y de prestigio, si bien en Castilla la nobleza -con su escasa formación cultural-, apenas dedicó esfuerzos y fueron los obispos los que auspiciaron las más importantes empresas artísticas o los que atrajeron a artistas foráneos. Es un espacio rectangular, rematado al Este por una cabecera poligonal, cubierta con bóvedas de crucería de terceletes, en cuyos muros se abren arcosolios apuntados; el primero del lado del Evangelio acoge los restos de don Juan Gómez de Anaya, -Arcediano de Salamanca y Deán de Ciudad Rodrigo-, hijo del Arzobispo, famoso por su oposición a don Juan II desde la Torre Mocha de la catedral, y entrando, a la derecha, el de don Diego Anaya hermano del anterior. En el centro de la capilla se alza el sepulcro del fundador rodeado, desde 1514, por una afamada verja que oculta bastante su vista. 
Diego de Anaya nació en Salamanca en 1357 -hijo de Pedro Álvarez Anaya y Aldonza Maldonado-, ciudad en la que estudiaría Derecho. En 1606 escribía Gil González de Ávila: " Son los Anayas nobles, y antiguos Caballeros, descendientes de nobles Alemanes, que vinieron a servir a España quando traian sus Reyes lides travadas con Moros". Para Goñi Gaztambide no librándose "de la corrupción que le rodeaba ... en su juventud tuvo dos hijos naturales; uno de ellos, Juan Gómez de Anaya, de "presbytero genitus et soluta"". A la muerte prematura de doña María Orozco, con la que tuvo los dos hijos, se hizo religioso. La base de su fortuna la constituyó el ser elegido por el rey Don Juan I como preceptor de sus hijos los futuros reyes Enrique III de Castilla y Fernando I de Aragón : "E fuimos en criança del Señor Rey don Henrique, y del Infante don Fernando su hermano" [testamento; Cantillana 26-Sept-1437].
Para Vicente Bajo "desempeñó con tanto acierto su cometido [como preceptor], que mereció ser premiado, primero, con el Obispado de Tuy" (1384-1390).  Sucesivamente ocuparía los obispados de Orense (1390-1392), Salamanca (1392- 1408) y Cuenca (1408-1418). En Salamanca empezó su influencia creciente en los asuntos públicos. Enrique III de Castilla le nombró en 1402 presidente del Consejo de Castilla, cargo en el que permaneció hasta su muerte con su hijo y sucesor Juan II; según Goñi Gaztambide  tan sólo sufrió un cierto eclipse político en 1408 que se disiparía en 1412 cuando Fernando de Antequera se ciñó la corona aragonesa.
Asistió en 1399 en Alcalá de Henares a la junta que celebraron con el rey Enrique III los Obispos de Castilla y León para tratar de la posición que habían de mantener en el cisma que afligía a la Iglesia de Occidente. Fue designado embajador de Castilla en el concilio de Constanza (24-X-1416) -donde se terminaría el cisma con la elección de Martino V-, a pesar de sus simpatías personales por Benedicto XIII.
En 1401 fundó en Salamanca el Colegio de San Bartolomé, también conocido como Colegio Viejo -por ser el más antiguo de los Colegios Mayores salmantinos- o de Anaya, destinado para 15 estudiantes sin recursos de Teología o Derecho; tuvo como modelo el Colegio de San Clemente de los españoles en Bolonia, obra del cardenal Gil Carrillo de Albornoz. Don Diego de Anaya nombraría al Colegio heredero universal de sus bienes para atender a su mantenimiento.
Ascendido al arzobispado de Sevilla en marzo de 1418 sería destituido poco después por Martin V ante las acusaciones de don Álvaro de Luna, de tratar de restaurar el Cisma en España apoyando a Benedicto XIII como Papa; a título honorífico fue nombrado, "in partibus", obispo de "Tarso en Cilicia".  Su puesto de arzobispo de Sevilla sería ocupado por Juan de Cerezuela, obispo de Osma, y hermano de don Álvaro, por lo que justificada su inocencia no tomó posesión hasta que el hermano del Condestable no fue ascendido en 1434 a la iglesia primada de Toledo.
Tres años después murió don Diego Anaya en Cantillana, provincia de Sevilla, a los ochenta de edad; su cuerpo fue depositado por algunos días en la Catedral de Sevilla y después trasladado a su capilla del claustro de la catedral de Salamanca: "... e mandamos que cuando finamiento de nos acaeciere que el cuerpo nuestro sea sepultado en la Capilla de San Bartolomé, que está en la claustra de la iglesia Catedral de Salamanca ... en la sepultura que nos ende tenemos...". [testamento, año 1437]. Según Gil González de Ávila "Era hombre de mediana estatura, robusto, moreno de rostro, y de vista corto, docto en Canones y Leyes".
Sobre la tapa del sepulcro de alabastro -quedan restos de su antigua policromía-, descansa el bulto yacente de don Diego Anaya revestido de pontifical (mitra recamada de piedras, casulla, palio, alba y manípulo), con el báculo sujeto por su mano derecha y con un libro abierto apoyado sobre el pecho y sujeto con su mano izquierda. De la ropa tan sólo aparecen adornados el cuello de la casulla y la mitra; ésta con cabujones y su blasón, aquella con sarmientos. La figura trata de ser no sólo la expresión de la calidad moral del obispo sino también la de su condición social y manifestación de su poder.
Don Diego presenta los ojos abiertos y su rostro -de edad madura y con rasgos muy definidos-, induce a pensar en un posible retrato en opinión de Margarita Ruiz Maldonado. Para Gómez Moreno "como [el sepulcro] carece de epitafio es verosímil se lo hiciese antes de morir en 1437, y quizás también lo indique el representarle con los ojos abiertos". Para Lucía Lahoz "un retrato realista, despierto conforme a la idea de la muerte como despertar a la vida". En sus dedos destacan ocho anillos; eran entregados junto al báculo como símbolo de su jurisdicción y de su poder espiritual, pero dado que sólo ocupó cinco sedes -más la honorífica de Tarso-, es probable que tan sólo figuren como ornamento.
El cuerpo reposa sobre un paño almohadillado con flecos, y la cabeza sobre cuatro almohadones; el báculo, que ha perdido parte de su asta, presenta un nudo prismático decorado con pináculos. Los pliegues de sus vestidos caen como si el difunto estuviera de pie y no tumbado. A los lados de las almohadas se arrodillan un ángel y un santo como abrazándole la cabeza en señal de protección.
El santo, de rizada cabellera y larga barba, los historiadores que han tratado del sepulcro consideran podría ser San Bartolomé -"... [el] Santo Titular, que os he escogido, el Predicador, y Apóstol de la Armenia SAN BARTOLOME, a quien tengo por Patron y por devoto..." [Ruiz de Vergara]-, santo al que el obispo Anaya nombró como patrono del colegio que fundó en Salamanca y que da nombre a su capilla funeraria.
El ángel presenta el cabello ondulado y unas muy largas alas de elaborado plumaje. En opinión de Émile Mâle el simbolismo de estos ángeles en el sepulcro era el de representar a los espíritus del cielo, hermanos del alma inmortal del difunto a quien "ellos llevaban has el seno de Abraham". Los paños de estos dos personajes presentan pliegues característicos.
Las vestiduras del yacente muestran una gran simplicidad; quizás sus motivos ornamentales estuvieron pintados, pues en la estola quedan restos de pinturas de ondulantes tallos. El alba presenta gruesos pliegues tubulares sobre los que se acomodan los remates de la estola; esta era símbolo de los poderes sagrados que había recibido como pastor y como guía que conduce a las almas hacia la vida eterna (el sacerdote al ponerse la estola reza la siguiente oración: "Devuélveme, Señor, la túnica de la inmortalidad, que perdí por el pecado de los primeros padres; y, aunque me acerco a tus sagrados misterios indignamente, haz que merezca, no obstante, el gozo eterno").
A los pies de don Diego, en una repisa semicircular, rematada por una serie de conos con una roseta en el vértice, sobre la que descansan aquellos, se ha esculpido un león, reteniendo bajo su zarpa a un conejo todo asustado, que da la mano a un perro. La escena, probablemente alegórica, tal vez alude en opinión de Gómez Moreno a los disturbios que suscitó la posesión de la mitra de Sevilla bajo Anaya; Durán Sanpere y Camón Aznar, por contra, recuerdan que la liebre era símbolo de vigilancia, el perro de fidelidad y el león de la fuerza y considera que pueden aludir a las virtudes que acompañaron a don Diego en sus empresas.
El basamento del sepulcro está decorado con un friso donde se repite el blasón del obispo -ocho veces-, situado en el interior de una figura con cuatro lóbulos con escotaduras oblicuas -figura similar a la empleada en el basamento del sepulcro de don Pedro de Tenorio en la catedral de Toledo y del canciller López de Ayala en Quejada (Álava)-, ceñidas por dos rosetas con los tallos enlazados formando una "S".  La utilización repetitiva del emblema heráldico que daba cuenta de su linaje -conjunto de consanguíneos que proceden de un tronco común-, reforzaba el afán de los privilegiados por diferenciarse del resto de la sociedad.Dos bandas ornamentadas también con rosetas -alternando las de forma cuadrada y las redondeadas (características de los sepulcros del taller de Ferrand González en la catedral de Toledo)-, delimitan el friso del zócalo interrumpido por cinco leones en cada lado mayor del sepulcro. 
La urna tiene a los pies del difunto un relieve con dos ángeles con dalmáticas y amitos que muestran el escudo heráldico del obispo; su presencia permitía a los que no sabían leer conocer a quien pertenecía el sepulcro que admiraban. La heráldica había surgido como consecuencia de la evolución del equipo militar entre finales del siglo XI y mediados del XII: los guerreros occidentales adoptaron progresivamente la costumbre de pintar las superficies de sus escudos para que sirviesen como signos de reconocimiento durante las batallas; a partir de entonces también las familias comenzaron a utilizar los mismos signos para identificarse transmitiéndoselos además a los herederos. El blasón del linaje de los Anaya podría ser: escudo bandado de oro y azur, de nueve piezas. La iconografía del sepulcro del obispo parece claro no alude tan sólo a las creencias religiosas o a la preocupación por el más allá sino que al hacer ostensible de una manera repetida el distintivo de poder existe, como escribió Yarza, "la clara manifestación de una individualidad poderosa y el deseo de perpetuación del linaje"; la muerte no era socialmente igualatoria.
Aún más. En las esquinas del arca sepulcral se presentan grupos de tres figuras bajo doseletes; las de en medio son jóvenes de también poblada cabellera, amito y dalmática, que sostienen el blasón del linaje de Anaya. La presencia repetida del blasón era una expresión simbólica visual que permitía la percepción incosciente de la importancia y poder de una familia. La Iglesia, que al principio se mostró reticente fue aceptando poco a poco los blasones llegando a ser una parte importante de la escenografía funeraria; los obispos, probablemente, fueron los primeros en utilizar los blasones en sus sepulcros o en las capillas funerarias siendo seguidos por canónigos, clérigos y abades. Los acompañantes del tenante, para Gómez Moreno, son santos. En el caso de la fotografía adjunta uno de ellos es un obispo con báculo bendiciendo.
En el lado izquierdo del prelado Anaya, en la cabecera, junto al joven tenante con escudo un personaje calvo y de poblada barba sujeta una filacteria. Para Camón Aznar un fraile y para Marta Cendón "tal vez un profeta, o algún fundador de una orden como san Benito".  En la Edad Media mediante la adopción de su blasón, los individuos que por su sangre pertenecían a un linaje hacían patente a los demás dicha pertenencia, a fin de gozar del patrimonio común de renombre y fama acumulado por dicho linaje de generación en generación.
En el lado derecho del prelado Anaya, en la otra esquina de la cabecera, de nuevo otro obispo junto al portador del blasón y santo Domingo de Guzmán en opinión de Marta Cendón. Yarza puntualiza: " ... son numerosos los obispos, elegidos casi con seguridad por la profesión religiosa del mismo cliente".
A los pies del obispo Anaya, en la esquina del lado izquierdo, junto al portador del blasón -esta vez con él en posición inclinada-, San Pedro Mártir y san Luis de Tolosa en opinión de Marta Cendón. Señala Pastoureau que la misión de los blasones no era tan sólo "indicar la identidad de un individuo, sino también su lugar dentro de un grupo, su rango, su dignidad, su estatus social".
Finalmente, en la esquina del lado derecho de don Diego, en lugar del obispo figura un personaje con hábito y túnica, el joven tenante del escudo y san Francisco (muestra su llaga en el pecho y se ajusta el hábito con el cordón de la Orden). Y como señala Lucía Lahoz " ... así don Diego queda dispuesto para la eternidad presidiendo su capilla, custodiado por los de su linaje"; la necesidad de no estar aislado incluso en la muerte encuentra su expresión en la capilla funeraria del arzobispo quien a pesar de haber renunciado en vida a la familia se encuentra rodeado de sus hijos y probablemente de sus padres.
BIBLIOGRAFÍA.
- José Camón Aznar, "El escultor del arzobispo Anaya", Zaragoza 1940.
-Marta Cendón Fernández, "Aspectos iconográficos del sepulcro del arzobispo Diego de Anaya", BMICA, Zaragoza 2003.
-Agustín Durán Sanpere y Juan Ainaud de Lasarte, "Escultura Gótica", en t.VIII "Ars Hispaniae", Madrid 1956.
-Eduardo Carrero Santamaría, "La catedral vieja de Salamanca. Vida capitular y arquitectura en la Edad Media", Murcia 2004.
-Manuel Gómez Moreno "Catálogo Monumental de España. Salamanca", Madrid 1901-1903.
-J. Goñi Gaztambide, "Anaya y Maldonado, Diego de", voz del "Diccionario de Historia Eclesiástica de España" (dir. Quintin Aldea Vaquero), v.1, Madrid 1972.
-Gil González de Ávila, "Historia de las Antigüedades de la ciudad de Salamanca: Vidas de sus obispos y cosas sucedidas en su tiempo", Salamanca 1606.
-Lucía Lahoz, "Capilla de Anaya" y "Sepulcro del fundador" , fichas 28, 29 y 30 en "El Arte gótico en Salamanca", Salamanca.
-Manuel Villar Macías, "Historia de Salamanca", Salamanca 1887.
-Florencio Marcos Rodríguez, "Catálogo de documentos del Archivo Catedralicio de Salamanca (siglos XII-XV)", Salamanca 1962.
-Michel Pastoureau, "Une histoire symbolique du Moyen Âge occidental", Paris 2004.
-José Rojas y Contreras, ""Historia del Colegio Viejo de San Bartolomé",  Madrid 1768.
-Francisco Ruiz de Vergara, "Vida del Illustrissimo señor Don Diego de Anaya Maldonado. Arzobispo de Sevilla. Fundador del Colegio Viejo de S. Bartolome. y noticia de sus varones excelentes", Madrid 1661.
-Juan Antonio Vicente Bajo, "Episcopologio Salmantino", Salamanca 1901.
-Joaquín Yarza Luaces, " La capilla funeraria hispana en torno a 1400", en "La idea y el sentimiento de la muerte en la Historia y en el Arte de la Edad Media", Santiago de Compostela 1988.
NOTAS.
-La Historia del Arte de las primeras décadas del siglo XV de la Corona de Castilla presenta muchas zonas oscuras quizás por la brillantez del panorama que se presenta a partir de 1440 con la estética flamígera. Los estudios -a pesar de sus limitaciones-, del "maestro de los Anaya", de su taller y de su escuela, suponen una de las pocas luces del período.
-Según Ruiz de Vergara: "La mas preciosa joya de que se componia esta herencia [la de don Diego Anaya] fue una Libreria de las mejores, y mas selectas que se conocian en aquel tiempo en nuestra España, por no aver aun la Imprenta facilitado la copia de libros de que oy goçamos".
-Para caracterizar la dureza de los años en que don Diego de Anaya fue obispo de Salamanca Juan Antonio Vicente Bajo escribía en 1901: "Una peste general causó tantos estragos, que las Cortes de Cantalapiedra en 1400 facultaron a las viudas para que se casasen antes del año de luto".
-Mientras duró el Cisma de Occidente existía entre las gentes la creencia de que ningún alma se salvaría. A él alude un tanto angustiosamente el canciller Ayala en su "Rimado de Palacio".
-Los años de don Diego Anaya en Salamanca fueron años de las "emparedadas". Según Gil González de Ávila: "Y quede llano, para si alguno dudare, que Religion era esta de Emparedadas, sospechase no era Religion, ni Cartujas, como algunos piensan, sino gente que se recogía a bien vivir en Iglesias. Y averlas en muchas de Salamanca, se colige de un testamento que ... otorgó Sancho Diaz de Salamanca, en el año 1389, donde hace las mandas siguientes. Iten mando a los Emparedados, y Emparedadas de Salamanca con sus arrabales a cada uno dellos cinco maravedis. ...".
(cont.)