sábado, 1 de noviembre de 2014

ESCULTURA FUNERARIA (VII)

Sepulcro de doña Beatriz de Portugal reina de Castilla.
Convento del Sancti Spiritus (Toro, Zamora).
I. Basamento y yacente.


Los ritos y las prácticas funerarias constituyen ingredientes importantes de cualquier sociedad; intentar conocerlos puede ser una forma de aproximarse a su religiosidad, cultura e ideología. Las esculturas medievales del león devorando a un animal o a una persona tenían sin duda un valor simbólico: eran la imagen del poder de la muerte que aniquila sin piedad a todos los seres vivos. La caja prismática del sepulcro de doña Beatriz de Portugal, segunda mujer del rey castellano Juan I, se eleva sobre un basamento en el que figuran diez leones acostados alternando con escudos que campean en el interior de círculos.
Los leones carnívoros fueron uno de los motivos más frecuentes en el repertorio iconográfico funerario desde la Antigüedad. Al igual que la muerte, inspiran terror y temor hacia el más allá presentando un sentido infernal. Esta noción de la muerte que se alimenta de humanos es universal y proviene de los tiempos más remotos. El cristianismo ha mantenido el papel funerario del león y soporta los sarcófagos medievales al igual que decoraba las tumbas paganas habiendo heredado también el animal infernal andrófago.
El carácter simbólico de los leones funerarios es difícil de establecer con precisión. Probablemente tuvieron un cierto carácter mágico que se creía que alejaba el mal o propiciaba el bien en las sepulturas que decoraban y custodiaban. El felino -con su aterradora expresión-, guardaba el sepulcro al tiempo que encarnaba la violencia y el sino inevitable de la muerte. Y como cancerbero de la tumba protegía los restos mortales del difunto y su ajuar funerario. En palabras de Pérez López, "protegían contra el terror a la par que aterrorizaban a quien lo contempla". Y como en la antigüedad también el león andrófago presentaba el mismo sentido que el de la fiera que abatía a una víctima animal.
"Salva me de ore leonis", señala el Salmo 22: "[Mis enemigos... Abren sus bocas contra mí/cual león rapaz y rugiente. ... Me rodean como perros,/ me cerca una turba de malvados, ...Sálvame de la boca del león..."]. En el Oficio de Difuntos recogido en el Breviario Romano el tema de la androfagía se cita al menos cuatro veces. Así, p.e., se advierte en el Cántico de Ezequías [Isaías 38-13]:   "Día y noche me consumo, grito hasta la mañana, /pues como león muele todos mis huesos", o se dice en el Salmo 7: "No sea que como león me arrebate alguno el alma/ y me desgarre, sin que haya quien me libre", que se canta también en el mismo Oficio. El descanso y la muerte eterna en las fauces de las bestias infernales formaban por tanto parte de la liturgia que se recitaba en el coro donde está situado el sepulcro.
El Infierno es la boca enorme de este animal devorador, que engulle a los condenados. Y como antiguamente en Oriente, Nergal -dios del ardor solar y dios de los infiernos-, era simbolizado por el león, éste, andrófago o no, se identifica con el Diablo, el cual es el agente de la muerte. Las fieras atacando y devorando a los hombres encarnan las potencias del infierno e ilustran  el mensaje de la I carta de San Pedro: "Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar" [I San Pedro 5,8].
Según creencias anteriores al cristianismo un león andrófago engullía a una persona para proporcionarle una vida nueva. Y en el juicio último, se dice en el Apocalipsis, los animales andrófagos, restituirán a los muertos que han sido devorados: "Entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras" [Apocalipsis XX, 11].
Las esculturas funerarias de felinos que sujetan entre sus garras o bajo la testa alguna víctima, humana o animal, e incluso sólo su cabeza remontan a modelos conocidos en el ámbito mediterráneo desde el siglo IV antes de Cristo y que serían popularizados durante el período alejandrino. Eran composiciones funerarias de inspiración helenística y etrusca a las que el arte romano dio cobijo y difusión por gran parte de su imperio. Estos leones con cabezas cortadas, traslucen una profunda simbología religiosa y funeraria, pues al tiempo que custodios del sepulcro y conductores de las almas al mundo de ultratumba, son una metáfora de la propia muerte, representada mediante el felino depredador que acaba con la vida de su víctima, al igual que el fallecimiento arranca a los hombres de este mundo.
En el Occidente cristiano el tema adquirió distintos significados dependiendo de su ubicación y del contexto religioso o profano en que se encontrasen. Así, junto a las acepciones señaladas antes, se han propuesto otros significados complementarios a estos leones con cabezas cortadas como la de ensalzar el "poder" de su linaje y ascendencia o procurar la protección de los descendientes del difunto. No debe olvidarse que en la época se daba más importancia al "status" familiar que al individual.
Más específico pudiera ser el simbolismo de un león que entre sus garras mantiene cautivo a un perrillo. En los sepulcros góticos a partir del siglo XIII comenzó a ser habitual que figurase a los pies de los yacentes un animal; por la multiplicidad de sus simbolismos el perro fue uno de los animales que con más frecuencia aparecía, vigilante, jugando o durmiendo. En el caso de las damas solía ser del tipo de perrito doméstico, y su simbolismo correspondía a la fidelidad pues a la mujer se le asignaban las virtudes domésticas y la fidelidad. En el caso del sepulcro de doña Beatriz de Portugal el león parece haber perdido su fiereza y aparenta proteger al perrito de la reina.
Doña Beatriz casó con Juan I de Castilla al quedar este viudo de Leonor Téllez de Meneses cuando aún era una niña; contaba con 10 años aunque el cardenal Pedro de Luna, después de encargar el examen por "mujeres de experiencia", la declaró capaz de consumar el matrimonio atribuyéndola doce años. El 17 de mayo de 1383 tuvieron lugar los desposorios en la catedral de Badajoz, y siete años después, en 1390, moría Juan I, como consecuencia de una caída de caballo, sin dejar descendencia con Beatriz. El rey antes de morir dispuso su enterramiento en la catedral de Toledo junto a su primera mujer Leonor de Aragón -le había dado dos herederos, Enrique y Fernando, que serían respectivamente reyes de Castilla y de Aragón-, en la capilla donde reposaban sus padres. La actitud cariñosa del león que sostiene con mimo a un niño parece aludir al hijo que doña Beatriz no tuvo, y por lo que al no ser madre de rey, según la costumbre de la alta nobleza, su enterramiento se realizaría en un convento.
En Oriente era una antigua tradición el confiar a los leones de piedra la guarda de los lugares sagrados estando, además por otros conceptos muy relacionados con las tumbas. En la Emblemática es conocida su presencia como vigilante: "es un león, pero también un guardián, porque duerme con los ojos abiertos; por eso lo ponen ante la puerta de los templos" [Andrea Alciato, "Emblemas"]. Este simbolismo de guardián se conservó en Occidente figurando en sarcófagos griegos, etruscos y romanos, y parece haber sido una de las ideas que movieron al autor del sepulcro para que figurasen leones  en el basamento de la tumba de doña Beatriz de Portugal, aunque la presencia en número de diez y distribuidos de forma equidistante puede indicar el gran peso dado a su función decorativa en detrimento de la simbólica.
Al comienzo de la Edad Media los sarcófagos cristianos normalmente estaban levantados sobre soportes para aislarlos de la tierra pues al considerar el suelo como sagrado tan sólo los sepulcros de los santos podían apoyar en el interior de las iglesias. A partir del siglo XIII los soportes adquirieron más importancia y comenzaron a abundar los basamentos lisos o decorados destacando los que lo hacen con animales; de estos los utilizados con más frecuencia son los leones, como es el caso en el de doña Beatriz de Portugal donde forman parte integrante del basamento sobre el que se apoya el sepulcro. Sólo asoman sus cabezas de pobladas crines, con las bocas entreabiertas, y las patas delanteras y se integran en una decoración a base de elementos vegetales y escudos.
Los escudos lucen hoy en día tan sólo bordura con ocho castillos; en el centro tuvieron dibujados las "quinas" [5 escudetes azules puestos en cruz y en cada uno de ellos cinco dineros en aspa] de Portugal que desaparecieron con la pérdida de la policromía del sepulcro. Están inscritos en círculos enmarcados en rectángulos con decoración vegetal.
La dama que reposa en el convento de Sancti Spiritus de Toro (Zamora) fue la reina de Portugal y de Castilla, única hija del rey Fernando I de Portugal -al que sucedió en 1383 hasta la entronización de la casa de Avis dos años después-, y segunda esposa de Juan I rey de Castilla.  Doña Beatriz, aclamada en 1373 poco después de su nacimiento como heredera de Portugal, fue la última reina de la primera dinastía, la sucesora en los derechos dinásticos de la estirpe fundada por el forjador de la independencia de Portugal en 1128 Alfonso I Enriquez. Sin embargo, en palabras de Olivera Serrano "Beatriz fue y es, aún hoy día, un personaje borrado de la existencia ... algo parecido a lo que sucederá más tarde a Juana la "Beltraneja", la hija de Enrique IV, ...".
Doña Beatriz nunca aceptó a Joao I de Avis como rey de Portugal, y él, a partir de 1383, tampoco la quiso reconocer como reina a pesar de haberle prestado juramento en las Cortes de Leiría de 1376, y en 1383 en los acuerdos matrimoniales con Juan I de Castilla. Ni su nombre, ni su rostro, figuran en el monasterio de Alcobaça, entre las efigies de los reyes portugueses; el sepulcro del convento de Sancti Spiritus cubre, quizás, el hueco que falta en Alcobaça.
En la tapa del sepulcro descansa el bulto yacente de la reina ataviada con ricas vestiduras a la usanza portuguesa del momento sobre sábana de fruncidos pliegues; tiene los ojos cerrados y con su mano derecha sostiene un libro sobre el pecho. La vestidura ha perdido la policromía original de forma que las telas han desvanecido su aspecto al carecer de talla excepto en el velo de la cabeza o en el escote de pedrería del traje. Siguiendo costumbres de la época la escultura yacente era la representación del difunto tumbado en un lecho, no como forma de garantizar la vida de ultratumba como lo había sido en la Antigüedad, sino a la espera de la hora de la resurrección, pues la doctrina cristiana señala que tendrá lugar con el mismo cuerpo que el difunto tenía en la vida terrena. Según Émile Mâle el difunto "aparece tal y como lo será el gran día. Era viejo y hele aquí joven... Ninguna estatua, ninguna lápida sepulcral de la gran época nos muestra a un viejo: todos estos muertos parecen tener treinta y tres años, la edad que tenía Cristo cuando resucitó, la edad que tendrán todos los hombres cuando resuciten como él"; era la doctrina que exponían todos los teólogos en la Edad Media y la que guió la mano de los escultores.
Su cabeza reposa sobre dos almohadones y es coronada -con diadema de ancho aro y muy trabajada-, por dos ángeles descalzos; su actitud parece serena pues descansa en espera de la resurrección final. La "coronación" recuerda la realeza de la difunta al tiempo que tiende a dar idea de la bienaventuranza eterna y relacionarla con la de la Virgen. "Algunos de estos difuntos -escribía Mâle-, según todas las apariencias, fueron feos; al menos, a todos, la vida les marcó con su paso. Y sin embargo, quien mira las imágenes fúnebres ... [medievales], no verá más que rostros puros, revestidos de una belleza que no tiene nada de individual. La persona es elevada hasta el arquetipo, el artista avanza el sublime trabajo de Dios el último día, modelando todos los rostros humanos en el sentido de la belleza perfecta".
Doña Beatriz tiene los ojos cerrados porque para el escultor mientras llega la resurrección tan sólo está adormecida como en un profundo sueño. El aspecto físico de su rostro se relaciona con la corriente artística general de la escultura de aquella época -la idealización-, donde no importaban los rasgos verdaderos. Eran representados como vivos pues para el cristianismo nada perece, ni el cuerpo ni el alma.
El sepulcro de Beatriz de Portugal está ubicado -junto con el de doña Teresa Gil de quien se dice fundó el convento-, a los pies de la iglesia en el centro del coro protegido por los rezos y cantos de las monjas, de forma que la difunta podía oír con frecuencia murmurar en sus oídos los llamados "commemoratio defunctorum", los salmos de penitencia, los versos del Libro de Job o cualquiera de las lecciones de la liturgia fúnebre. La difunta había puesto toda su confianza en las virtudes de las oraciones de la Iglesia porque creía que estas oraciones liberaban el alma; se había hecho enterrar en la iglesia del convento para que las oraciones fuesen recitadas sobre su sepulcro hasta el día del Juicio Final.
De la vida de Beatriz de Portugal se sabe muy poco. Hija única de Don Fernando I de Portugal y de doña Leonor Téllez de Meneses nació entre el 7 y el 13 de febrero de 1373. A la muerte de su padre, ya casada con Juan I de Castilla, el matrimonio marcha a Portugal donde su madre había tomado el título de regente. Tras una serie de enfrentamientos Juan I toma la regencia hasta que a consecuencia de la victoria portuguesa de Aljubarrota, agosto de 1385, se consolida en el trono la Casa de Avis; Beatriz, aunque por poco tiempo pues Juan I muere en 1390 sin dejarle descendencia, ya tan sólo será reina de Castilla. La escasez de datos portugueses -"un personaje borrado de la memoria histórica oficial" [Cesar Olivera Serrano]-, junto con la parquedad de las fuentes castellanas hacen que se desconozca en detalle su historia posterior. Se cree que "vivió una veintena de años de su viudedad fuera de los muros conventuales" [Margarita Ruiz Maldonado] gozando de buenas rentas, pasados los cuales se retiró al convento dominico de San Salvador - más tarde Sancti Spiritus- de Toro (actualmente provincia de Zamora). Se desconoce la fecha de su muerte, si bien se estima debió producirse en 1430 o 1431.
BIBLIOGRAFÍA.
- C.J. Ara Gil, "Monjes y frailes en la iconografía de los sepulcros románicos y góticos", Fundación Sta Mª la Real, Aguilar de Campoo (Palencia), 2004.
-Waldemar Deonna, ""Salva me de ore leonis". A propos de quelques chapiteaux romans de la cathédrale Saint-Pierre à Genève", en "Revue belge de philologie et d'histoire", 1950.
-Mª. Jesús Gómez Bárcena, "Escultura gótica funeraria en Burgos", Burgos 1988.
-Manuel Gómez-Moreno, "Catálogo Monumental de España. Provincia de Zamora (1903-1905)", Madrid 1927.
-Émile Mâle, "L'Art religieux de la fin du Moyen Age en France. Étude sur l'iconographie du Moyen Age et sur ses sources d'inspiration", Paris 1922.
-Cesar Olivera Serrano, "Beatriz de Portugal. La pugna dinástica Avis-Trastámara", Santiago de Compostela 2005.
-Inmaculada Pérez López, "Leones romanos en Hispania", Madrid-Sevilla 1999.
-Margarita Ruiz Maldonado, "El sepulcro de doña Beatriz de Portugal en Sancti Spiritus (Toro)", en revista de arte Goya Madrid 1993.
-Pablo Yagüe Hoyal, "Restauración del sepulcro de doña Beatriz de Portugal. Convento de Sancti Spiritus (Toro)", en "Restauración y Rehabilitación: Revista Internacional del Patrimonio histórico", Madrid 1977.
NOTAS.
-La evolución del escudo de Portugal ha tenido bastantes variaciones a lo largo de los años; así, p.e., se desconoce el numero exacto de castillos que tuvo en la bordura y el de los bezantes de los escudetes. Los cronistas antiguos se referían a "varios castillos", sin especificar número exacto; fue Juan II quien fijó el número de castillos de oro de la bordura en siete y de los bezantes en cada quina en cinco. En el retablo del "Árbol de Jesé" de la catedral de Burgos realizado hacia 1486 figuran dos escudos con las armas de Portugal; escribí al tratar del altar: "en campo de plata cinco escusones de azur, puestos en cruz, cargados cada uno de cinco bezantes de plata y una bordura de gules con siete castillos de oro".
-El padre de la reina Isabel la Católica, Juan II, nació en Toro y era nieto de Juan I. La decoración del basamento del sepulcro de doña Beatriz y la del de Juan II, de realización separada por medio siglo, abunda en fieros leones y escudos. ¿Coincidencia?. ¿Conocería Gil de Siloe este sepulcro del convento del Sancti Spiritus?.
(cont.)

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